Nuestro sueño de muchos años fue tener un perro. En Vancouver, Columbia Británica, Canadá, el sistema de adopción funciona en base a puntos. Mi familia nunca calificó para adoptar un perro ya que tener un gato descuenta puntos y nosotros adoptamos a dos hermanitos gatitos que perdieron a su mamá. Tener niños descuenta puntos y nosotros tenemos tres hermosos hijos. Tener hijos con necesidades especiales descuenta puntos, y nosotros tenemos un hijo con autismo.

Por todas esas razones, luego de dos años de espera infructuosa, decidimos que en nuestro próximo viaje a Chile “compraríamos” un perrito.

Luego de viajar a Chile vimos perritos en tiendas de mascotas y de personas que vendían los cachorros de sus perritos. Todos eran pequeños, de raza y muy lindos.

Mi hermana Bárbara, socia de la Fundación Huellas Unidas y amante de los perritos, nos envió información de Úrsula, una perrita desnutrida, herida y enfermita con una gastritis muy fuerte. Al leer su historia lloré. Lloré por la crueldad de aquellos que la abandonaron y de aquellos que la hirieron y no se hicieron cargo de sus acciones. Pero lloré más intensamente por la conmoción que me provocó el saber que existe un grupo humano tan bondadoso, entregado, y amoroso, que sacrificó tiempo y dinero para sacar adelante a una perrita callejera que, a pesar de estar aún en recuperación, movía su colita con mucha alegría y ganas de vivir.

Mis hijos tomaron la decisión, y por sobre perritos de raza decidieron adoptar a Úrsula. Parte de sus razones fue que ella necesitaba una familia que le enseñara con mucho amor que los seres humanos pueden ser buenos.

Quisimos traerla con nosotros a Canadá, pero su tamaño nos impedía que viajara con nosotros arriba del avión y el vuelo en el que viajábamos no tenía cabina presurizada. Mis niños lloraban pensando en que se habían enamorado de una perrita a la que no podríamos traer a casa. Mi hermana Danitza se ofreció a viajar en un vuelo diferente solo para transportarla a Canadá con ella.

Unos días después, nos reunimos en el aeropuerto de Vancouver. Nuestra perrita bautizada Vacky corrió a besarnos y a abrazarnos y nosotros a ella.

Desde entonces, con comida para cachorros y vitaminas, Vacky a pasado de 13 kilos a 35 kilos. Sus herida se han sanado y sus travesuras no tienen fin. Es experta en robar calcetines, cazar moscas y ladrarle a aquellos que rodean nuestra casa.

Es muy amistosa y juguetona, corre a la velocidad del rayo. Se tapa los ojitos cuando no se quiere despertar. Nos avisa esperando junto a la puerta de salida cuando quiere hacer pipí o caca. Se sienta cuando le pedimos que espere sentada por su comida. Nos da besitos.

Todas las mañanas, antes de cualquier cosa, mi hijo pasa de 15 a 20 minutos con ella. Ambos se sientan en el sillón y se abrazan. Se quedan así tooodo ese rato.

Cada vez que vuelvo del trabajo mueve su colita con intensidad y felicidad.

Va a buscar a los niños al colegio. Le encanta jugar a buscar palos o juguetes cuando los niños se los tiran.

Vacky nos ha llenado el espacio que solo un miembro de la familia puede llenar. La amamos y nos sentimos amados por ella.

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